
La noche era mágica, el cielo estaba pintado de un azul profundo y la luna llena brillaba como un faro en la oscuridad.
El aire estaba lleno de la esencia de las flores y el sonido de la música folclórica flotaba en el ambiente. Me puse de pie, cerré los ojos y dejé que la melodía me envolviera.
Los tambores latían como mi corazón, las cuerdas de la guitarra vibraban como mis emociones. Comencé a bailar, mis pies se movían con ritmo y pasión, como si la luna misma me estuviera guiando
El folklore es vida, es pasión, es tradición. Es la conexión con la tierra y con la historia de mi pueblo. Cada paso, cada giro, cada movimiento de brazos es una expresión de mi alma.
Bajo la luz de la luna, mi cuerpo se movia con libertad, sin preocupaciones ni miedos. Era uno con la música, con la noche y con la luna. Mi corazón latía al compás de la melodía, mi espíritu se elevaba con cada nota.
La luna, como testigo silencioso, observaba mi baile. Su luz iluminaba mi camino, guiándome a través de la danza. Me sentía vivo, me sentía libre, me sentía conectado con algo más grande que yo mismo.
En ese momento, no había pasado ni futuro, solo el presente. Solo la música, la luna y yo, bailando bajo su luz celestial. Y en ese instante, supe que siempre llevaría la luna y el folklore en mi corazón, como una parte esencial de mi ser.