
Cuando esos cambios llegan sin previo aviso, como dagas dejan marcado el futuro, y aunque este cambie, ese recuerdo siempre perdura. Queda esa marca o cicatriz imborrable.
Lo que el presente impide al pasado sanar, eso que deja mil dolores de cabeza y mil noches en vela. Tantos recuerdos que no perseveran y tantos deseos que aún quedan, tantos pensamientos que desesperan y miradas que ya no llenan. Vacíos que dan tristeza y esa última luna llena que se apaga en tu espera.
Lo que el presente aún desea y lo que el pasado no rellena. Eso que en el interior se desea y poco se espera, que exige y no completa.
Ese presente que no está seguro del futuro, que lo desea o lo odia, que lo espera y no lo planea, no lo guía, no lo encamina. Lo deja llevar con una ilusión caída, Incluso lo ignora, pero el pecho revela que ignorar nada arregla, y cada noche eso se intensifica con el dolor de la despedida.
Los pensamientos no dejan llegar el sueño, y con cada segundo el futuro pesa más, el presente lo arruina aún más: desgarra y pesa, duele y desespera. Ese dolor que no genera lágrimas, pero duele, muy dentro duele, lastima y deja en agonía.
Esos anhelos que nunca se van, e inevitablemente, al pasado desean regresar. El tiempo pasa tan rápido que, en segundos, todo puede terminar, y lo que más va a marcar el paso del tiempo va a ser este punto final…