
Nos situemos en el salón de clases. Al entrar lo primero que hacemos los docentes es mirar la mirada de los estudiantes. En un primer instante no miramos a todos, ya luego una vez que nos detenemos hacemos el chequeo.
Querido colega, si tú no lo haces, te invito a que te detengas a observar miradas.
Las emociones influyen tanto en el que aprende y como en el que enseña. Ellas nos acompañan en cada momento no están aisladas. Tanto la cognición como la emoción son inseparables, por lo tanto, son un agente responsable del aprendizaje.
En este momento, estás leyendo y vas realizando una interpretación (de acuerdo a lo que ya tienes almacenado en tu cerebro). Al interpretar inmediatamente se van disparando emociones de una manera instintiva y reactiva, y tienen una temporalidad muy corta de 3 a 5 segundos. Por lo tanto, las emociones son interpretativas, biológicas, conductuales e históricas y forman parte del acto pedagógico, las consideremos o no, ellas están presentes en cada estudiante y en cada docente.
A través de las miradas transmitimos nuestro estado emocional. La cara ayuda, es el marco que amplifica ese estado emocional, pero en sus ojos podemos observar si hay tristeza, asombro, ira, si está alegre, asombrado, etc.
Hay emociones que nos ayudan a aprender, por ejemplo, la curiosidad (hace que el cerebro se expanda), el interés, la confianza en mí y en los otros. Si tengo la confianza en aprender, vamos a poner más retos, más desafíos, el aprendizaje va a ser más complejo y si confío en los demás esto se amplifica, se potencia tanto para mí como para los otros.
Hay emociones que dificultan el aprendizaje. El miedo bloquea el acceso a la memoria (tal vez estudiamos mucho y luego podemos tener esa sensación de que quedó todo en blanco), la ansiedad y el estrés llevan al fracaso escolar. ¿Te son familiares estas frases? “No sé, no valgo para nada” “Para que me voy a esforzar” “Esto es imposible para mí”. También el aburrimiento y la envidia (el aprendizaje competitivo) que es el estar pendiente de lo que hacen o dicen los demás, y en ese momento te estás comparando y no te estás centrando en lo que vos estás haciendo.
Si miramos las miradas de los estudiantes, y si entre compañeros de salón nos miramos, podemos conocer e intervenir para acompañar, apoyar y ayudar a poner nombre a lo que sienten, a gestionar sus emociones y a adentrarnos luego en el mundo del saber.
Las miradas son nuestra carta de presentación, son cruciales. Mirar a los ojos con una mirada de confianza es la mejor manera de transmitir está confianza y la confianza se contagia. Si yo confío en ellos, ellos van a confiar en mí. Y esto se va a incrementar en su autoconfianza y esto es crucial para tomar consciencia de sus propias decisiones a lo largo de la vida.
Nair Ayelén Ruiz