
Mientras releía “El Diario de Ana Frank”, me pregunte que escribiría Ana Frank hoy, en un mundo donde los muros no son solo lo físico, sino también, digitales. Su voz adolescente, llena de miedo, esperanza y reflexión, resuena aún con fuerza en cada línea, como si no hubiera pasado décadas desde que fue escrita. ¿Sabia Ana que al escribir su diario estaba construyendo un testimonio eterno?.
Sus palabras, tan íntimas y personales, traspasan la barrera del tiempo. Ella nunca pensó en lectores futuros, y sin embargo, aquí estoy leyendo sus pensamientos, sintiendo su angustia y admirando su valentía. En cada página veo más que una historia, el poder de la escritura como resistencia, como refugio, como acto de memoria.

Mi propio encierro, aunque lejano al suyo en intensidad, me empuja a escribir también. A dejar huella. A construir un puente entre su mundo y el mio. Ana escribió para sobrevivir espiritualmente; yo escribo para entender el mundo que heredamos después de que ella lo dejó. Su diario no solo es su voz, es ahora también parte de la nuestra.