
A lo largo de mi vida he atravesado etapas difíciles y otras llenas de aprendizajes que me han moldeado de maneras profundas. Recuerdo cuando llegué a la secundaria, con ilusiones y esperanzas de comenzar un nuevo capítulo, de hacer amigos, de aprender y crecer. Sin embargo, en esos primeros años, experimenté el dolor de enfrentar el rechazo y el bullying. No es fácil describirlo; fueron momentos oscuros en los que sentí cómo la soledad se volvía un eco constante en mi vida, preguntándome por qué me tocaba enfrentar esa realidad.
En medio de esa tormenta, me di cuenta de que el verdadero valor de la amistad no está en la cantidad, sino en la calidad. A lo largo del tiempo, he tenido la suerte de encontrar a unas pocas personas, esos amigos contados con los dedos de una mano, que siguen conmigo. Son los que no miran mis heridas con lástima, sino que las entienden sin juzgar. Son ellos quienes ven más allá de la superficie y aceptan mi esencia, dándome fuerzas cuando más las necesito. Su presencia es un recordatorio de que no necesito a muchos para sentirme acompañado; su compañía, su lealtad, son un refugio seguro. Además, he tenido el privilegio de conocer a profesores que, más allá de sus obligaciones académicas, se convirtieron en guías y mentores. Cada vez que alguno de ellos me ofrece una palabra de aliento o me ayuda sin esperar nada a cambio, siento cómo esa chispa de esperanza vuelve a encenderse. A veces, basta con una sonrisa o un simple “¿cómo estás?” para recordar que no estoy solo en mi camino, que tengo personas a mi alrededor que creen en mí y me apoyan.

Hoy miro hacia atrás y reconozco que cada herida, cada lágrima, me ha dado la oportunidad de ser una persona más fuerte y consciente. Mi historia no es solo de dolor, sino de crecimiento, de amistades genuinas, de profesores que se convierten en pilares y de una fe que me da luz en la oscuridad. Tal vez no soy perfecto, pero sé que tengo un propósito, y seguiré buscándolo con el amor de Dios guiando cada paso.
Y en medio de todo, he aprendido a buscar algo más grande que me dé sentido. En esa búsqueda, he encontrado en Dios un amor que me sostiene, una fuente de esperanza que me impulsa a seguir adelante incluso en mis días más oscuros. Busco el amor de Dios no como una solución a todos mis problemas, sino como un refugio en el que encuentro paz y propósito. Es en la fe donde hallo la fuerza para perdonar y seguir caminando, para no permitir que el dolor me defina sino que, al contrario, me impulse a crecer.
Que bonito ejemplo para la juventud,lo más importante que no perdió la fe ni la esperanza.