Flag over blue sky
Cada 20 de junio, la Argentina rinde homenaje a una figura que trascendió su tiempo y se inscribió en la eternidad, Manuel Belgrano, creador de la Bandera Nacional y prócer de la independencia. Esta fecha, que conmemora su fallecimiento en 1820, se ha transformado en símbolo de reflexión sobre los ideales que forjaron nuestro país y sobre el compromiso cívico que aún nos convoca.
Más que un militar o político, Belgrano fue un pensador ilustrado, un adelantado de su época. Abogó por la educación popular, promovió la igualdad de género en las aulas y defendió la industria nacional cuando el país apenas empezaba a soñar con su autonomía. Crear una bandera en medio de una campaña militar no fue solo un acto patriótico: fue una declaración de principios. Enarbolar un símbolo propio significaba romper con las cadenas coloniales y animarse a imaginar un nuevo destino colectivo.
Hoy, en tiempos de incertidumbre y desafíos sociales, el legado de Belgrano sigue vigente. La bandera que ideó no representa solamente territorio: representa valores. Justicia, sacrificio, amor a la patria y, sobre todo, la convicción de que la verdadera libertad se conquista con educación, esfuerzo y unidad.
Sin embargo, rendir homenaje no debe limitarse a actos protocolares o fechas en el calendario. Honrar a Belgrano implica asumir su ejemplo con responsabilidad. Implica enseñar a las nuevas generaciones que el civismo no es una abstracción, sino una práctica cotidiana. Que izar la bandera no es solo un gesto simbólico, sino una afirmación de identidad y pertenencia.
En definitiva, el paso a la inmortalidad de Manuel Belgrano no reside únicamente en los libros de historia, sino en cada acción que mantenga vivo su espíritu transformador. Porque mientras flamee la bandera que él nos dejó, Belgrano no habrá muerto: vivirá en la conciencia de un pueblo que no olvida de dónde viene ni hacia dónde quiere ir.