
Es triste admitirlo, pero parece que cada día nos alejamos más de lo que significa ser una verdadera sociedad. Nos estamos perdiendo de a poco, cayendo en un individualismo que nos hace olvidar lo esencial: el respeto, la empatía y la solidaridad. Parece que hemos olvidado que somos parte de algo más grande, que nuestras acciones, por pequeñas que parezcan, tienen un impacto en quienes nos rodean.
Antes, las personas solían ayudarse unas a otras sin esperar nada a cambio. Si alguien necesitaba apoyo, encontraba manos amigas que se levantaban, palabras de aliento que hacian sentir que no estaba solo. Pero ahora, nos hemos vuelto tan indiferentes que preferimos mirar hacia otro lado. Nos justificamos diciendo “no podemos hacer nada” o “no es nuestro problema”. ¿Cuántas veces hemos visto injusticias y nos hemos quedado callados? ¿Cuántas veces hemos elegido ignorar a alguien que necesitaba ayuda por miedo, por comodidad o simplemente porque no queremos involucrarnos?
La empatía, esa capacidad de ponernos en el lugar del otro, parece estar desapareciendo poco a poco. Nos hemos acostumbrado a juzgar en lugar de comprender, a competir en lugar de colaborar. Estamos tan concentrados en nuestras propias vidas, en nuestros propios problemas, que nos olvidamos de mirar más allá. Criticamos los errores de los demás sin darnos cuenta de que también cometemos errores, sin pensar que quizás, si estuviéramos en su lugar, actuaríamos igual o incluso peor. Pero, ¿acaso no somos todos humanos? ¿No deberíamos ayudarnos a crecer en lugar de destruirnos con nuestras palabras y acciones?
Otro valor esencial, “el respeto”, también se está perdiendo. Lo vemos todos los días en las redes sociales, en la escuela, en la calle. Las personas hablan sin pensar, ofenden sin medir el impacto de sus palabras, y muchas veces se justifican diciendo que “es una broma” o “así soy yo”. Sin embargo, estas actitudes solo forman un ambiente tóxico donde nadie se siente seguro, donde todos están a la defensiva, listos para atacar o huir.
La falta de respeto no solo se manifiesta en las palabras. También está en las acciones. En la falta de consideración por los demás, en el egoísmo que nos hace priorizar nuestras necesidades sin pensar en cómo afectan a otros. Vemos cómo las personas interrumpen, exigen, se imponen, sin detenerse a pensar en el impacto que tienen. ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo si no podemos respetarnos unos a otros?
La solidaridad, esa unión que nos hacía fuertes como sociedad y que ahora parece cosa del pasado. Hoy en día, es más común ver puertas cerradas que manos extendidas. Nos hemos encerrado tanto en nuestras preocupaciones individuales que nos hemos olvidado de algo fundamental, que no podemos avanzar solos. La humanidad siempre ha sobrevivido gracias a la cooperación, gracias al apoyo mutuo. Pero ahora, parece que hemos olvidado esta lección.
Nos olvidamos de que un pequeño gesto puede marcar la diferencia en la vida de alguien más. A veces, pensamos que para ayudar necesitamos hacer algo grande, pero no es así. Un simple “¿cómo estás?”, un favor pequeño, un momento de escucha sincera puede cambiarle el día a alguien. Sin embargo, estamos tan distraídos, tan absorbidos por nuestro propio mundo, que dejamos pasar estas oportunidades.
Es momento de reflexionar sobre quiénes somos y hacia dónde queremos ir. Como sociedad, estamos en un punto crítico. Si seguimos por este camino, nos encontraremos más solos, más desconfiados, más perdidos. Las divisiones crecerán, las diferencias se convertirán en barreras, y nos costará cada vez más recordar lo que significa convivir en armonía.
Hoy en día, la palabra “socializar”, no se reconoce ¿donde están esas personas que eramos?, las personas que sin importar que sea un conocido o desconocido, la vergüenza no existía y la desconfianza no importaria, el “hola” sin problema, las risas sin control, la diversión sin importar lo que pasara… Ya lo perdimos, “Nos perdimos”…
La pregunta es ¿podemos cambiar? ¿Podemos volver a conectar con lo que nos hace humanos?. Nuestra capacidad de amar, de ayudar, de comprender. Todo empieza con algo tan sencillo como mirar al otro con comprensión, tender una mano, respetar las diferencias y, sobre todo, aprender de nuestros errores. No somos perfectos, y eso está bien. Lo importante es tener la voluntad de ser mejores, de crecer, de construir una sociedad donde todos se sientan valorados y seguros.
Porque sí, nos estamos perdiendo de a poco, pero juntos podemos encontrarnos de nuevo. Cada uno de nosotros tiene el poder de marcar la diferencia, de dar el ejemplo, de inspirar a otros. Solo necesitamos dar el primer paso.
¿Podemos intentarlo? ¿Podemos reflexionar sobre nuestras propias acciones, a reconocer los errores y a cambiar? La sociedad no se perderá mientras haya personas dispuestas a luchar por ella. Todo depende de nosotros.